viernes, 29 de noviembre de 2013

Poncio

El proceso ya había terminado.Todas las decisiones ya habían sido tomadas.Y aunque él creía haber sido el que las había tomado, en el fondo sabía que en ese lavado de manos había más que simplemente desligarse de la sangre que sería derramada al rato.
Estaba en la encrucijada de su vida. Prócula, guiada por un sueño, le había suplicado que no se entrometiera en ese asunto. El Pueblo,(más bien, el Sanedrín), ya había escogido a Barrabás. Ni siquiera la flagelación al Otro Reo fue suficiente. "Crucifícalo" Escuchaba. "Crucifícalo". Y él se veía temblando delante de Tiberio, viendo caerse a pedazos su emergente carrera militar, presa del caldero que era (y que siempre fue) la Provincia Romana de Judea.
Sus intentos por dejar satisfechos tanto a Romanos como a Judíos fueron en vano. Dejó que lo crucificaran. Y con esa muerte, su conciencia también lo haría perecer.
Pasó el, tal vez, más agitado día desde que Roma puso un pie en esas tierras. Llegó la noche y con ella, un intento en vano de descanso. Se recostó en sus aposentos, tratando de dormirse por una, dos, tres horas. Era imposible. Su conciencia seguía recriminándole el haber ejecutado a alguien a quien sabía inocente. Todos lo sabían inocente. El, lo sabía inocente.
Lloró desconsoladamente. El, un militar al mando de una de las tierras de Roma (El Imperio más grande de la Historia), alguien a quien no conmovían ni las más crueles sentencias. El, estaba llorando.
Se sentó en su cama, buscando en el suelo algo de consuelo para su alma. En ese momento, sintió un mano que se posaba sobre su hombro. Levanto la mirada, y reconoció al Joven a quien, en esa terrible tarde, había entregado a cambio de su propio bienestar. Los ojos del Joven buscaban los suyos.
-"Yo te perdono, Poncio" escuchó. Él lo miró, le besó las manos y, sonriendo, se recostó.
Nunca en toda su vida, volvió a dormir con tanta paz como aquella noche.

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